El noble arte de escribir para nadie.
Supongo que escribir es la versión moderna de hablarle a las paredes, pero con menos feedback. Hoy me he sentado, como tantas otras veces, a poner negro sobre blanco esa sensación de estar a la deriva. Y la tostadora, que lo ha visto todo ya, ni se inmuta. No sabe leer, pero tampoco juzga. En eso, gana a la mayoría. Escribimos para nadie, para un público imaginario que nunca llega, para lectores que se extraviaron antes de encontrar el blog, o que simplemente pasaron de largo, como quien ignora una encuesta en la calle. Da igual el formato: blog, diario, novela, servilleta, WhatsApp a uno mismo. La soledad del escritor no es la de quien está solo, sino la de quien, aun rodeado de gente, sabe que nadie está escuchando de verdad. Así que le das al teclado por pura costumbre, o por no hablarte solo en voz alta, que eso ya empieza a ser sospechoso. El mundo está demasiado ocupado para leer. Tienen prisa, memes, notificaciones, vídeos de un minuto, y una ansiedad tan ruidosa que ni los libros de autoayuda la acallan. La literatura se ha vuelto una isla sin turistas, un faro sin náufragos. Y, sin embargo, seguimos. Quizá porque escribir es el único modo de ponerle orden a la cabeza, o de hacer que el aburrimiento sea, al menos, productivo. Quizá porque aún queda la esperanza de que, en algún rincón, alguien se tope con una línea, una frase, y le haga sentir menos solo. La tostadora me mira, o eso imagino. “¿Para qué te molestas?”, parece preguntar. Para nada, le respondo. Y ese es, precisamente, el motivo. Si lo que escribo lo hago para mí.
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