El sentido del crujiente

Esta mañana, mientras esperaba que mi tostada saliera con ese punto perfecto de dorado, he decidido preguntar a mi tostadora por el sentido de la vida. No sé, igual la máquina tiene acceso a respuestas que a mí se me escapan entre sueño y sueño.

—Oye, tostadora, ¿tú crees que todo esto tiene algún sentido? —le he susurrado, mientras miraba la ranura como quien mira a los ojos de un oráculo eléctrico.

Se ha encendido la lucecita naranja. Primera señal de sabiduría.

—Eso depende —me ha respondido con su habitual tono bip-bip filosófico—. ¿Hablas de la vida en general, o del pan de molde?

Buena pregunta. Yo también dudaría.

—Pues de la vida, de la existencia, de si todo esto es solo esperar a que salte la tostada o hay algo más allá, como una mantequilla trascendente.

La tostadora ha soltado un crujido. Igual se ha reído, nunca lo sabré.

—Mira, humano, la clave está en el punto de crujiente. Si te pasas, te quemas. Si te quedas corto, te sabe a poco. Y, sin embargo, nadie agradece la tostada perfecta: solo se quejan cuando te pasas o te quedas corto. Así es la vida. Nadie valora la normalidad hasta que todo salta por los aires… o se queda crudo.

Me he quedado pensando, cuchillo en mano y mantequilla a punto de extender.

—¿Y tú cómo llevas eso de que te usen solo por las mañanas?

La tostadora ha guardado silencio. Sospecho que estaba meditando o simplemente esperando a que me fuera.

Supongo que, a veces, solo necesitas un electrodoméstico dispuesto a escucharte y devolver el sentido del crujiente a la existencia.

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