El universo profundo y dos rebanadas medio crudas
Esta mañana, como tantas otras en los últimos meses, me he levantado arrastrando el peso de mis años. Alguno dirá que cincuenta y dos no son tantos, y quizá tenga razón. Pero bueno… teniendo en cuenta lo que me ha tocado desde que crucé el medio siglo —ese regalito que me tenía reservado el destino— no me puedo quejar.
Por costumbre, casi por inercia, me he servido un café largo, americano: un tercio de líquido oscuro que me da luz suficiente para encarar el día. Automáticamente, he metido dos rebanadas en la tostadora y, para amenizar la espera, me he puesto a leer titulares en el móvil, haciendo scroll como quien pasa cuentas en el purgatorio.
—¡Vaya! —he comentado en voz alta—. Han descubierto una señal de radio del universo profundo.
La tostadora me ha mirado —o eso me ha parecido— con desdén y, sin más, me ha escupido las rebanadas casi sin tostar.
—Siempre estáis con las mismas tonterías —ha mascullado, con ese tono que gotea migas de desprecio—. Buscando fuera alguna civilización que venga a resolver vuestros problemas… pero luego, si se os cuela alguien en la rotonda, le pitáis como si con el claxon lo fuerais a hacer explotar.
Yo he arqueado las cejas, sin saber qué contestar.
—¿Qué esperáis de otra civilización? —ha continuado, ya encendida—. Si son como vosotros, pero con más tecnología, daros por jodidos. Aunque, la verdad… a mí me la pela. Porque en lo que se refiere a tostar el pan, ya está todo inventado.
Ahí me he quedado, con las dos rebanadas medio crudas en la mano, dándole la razón. Quizá el universo profundo tenga sus misterios… pero aquí abajo seguimos igual de primitivos.
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