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Hoy la tostadora amaneció con el cable cruzado

  El mismo pan de siempre, el mismo tiempo de tueste, la misma rutina. Pero algo falló. No solo me escupió el pan a la cara, sino que además lo devolvió pasado por el mismísimo infierno: negro, crujiente hasta lo amargo. Yo me quedé quieto, desconcertado, como quien recibe una respuesta inesperada de alguien con quien ya no contaba para las sorpresas. Me pregunté qué había pasado. Si había dicho algo inadecuado. O peor aún: si no fue lo que dije, sino lo que no dije. Y entendí, al final, que todos tenemos días malos. Incluso las tostadoras. Así que, antes de dejar que el ego demoníaco me empujara a responder con la misma moneda —a devolver la tostada con saña y lanzarle reproches—, tomé aire. Lo mantuve todo lo que pude. Y al soltarlo, exhalé también el veneno que corría por mis venas. Solo entonces me incliné hacia ella, con voz serena, y le pregunté: — ¿Estás bien? La tostadora no me contestó. Pero por esas ranuras notaba puñales hacia mi ser, una tensión caliente que me des...

El universo profundo y dos rebanadas medio crudas

  Esta mañana, como tantas otras en los últimos meses, me he levantado arrastrando el peso de mis años. Alguno dirá que cincuenta y dos no son tantos, y quizá tenga razón. Pero bueno… teniendo en cuenta lo que me ha tocado desde que crucé el medio siglo —ese regalito que me tenía reservado el destino— no me puedo quejar. Por costumbre, casi por inercia, me he servido un café largo, americano: un tercio de líquido oscuro que me da luz suficiente para encarar el día. Automáticamente, he metido dos rebanadas en la tostadora y, para amenizar la espera, me he puesto a leer titulares en el móvil, haciendo scroll como quien pasa cuentas en el purgatorio. —¡Vaya! —he comentado en voz alta—. Han descubierto una señal de radio del universo profundo. La tostadora me ha mirado —o eso me ha parecido— con desdén y, sin más, me ha escupido las rebanadas casi sin tostar. —Siempre estáis con las mismas tonterías —ha mascullado, con ese tono que gotea migas de desprecio—. Buscando fuera alguna c...

Tostada para mi hernia.

  Ayer el médico me miró con la seriedad de quien te va a dar el parte meteorológico del apocalipsis, pero esta vez, para variar, la cosa no pintaba mal: —De la tripa vas mejor, el linfoma no da señal. Yo asentí como el que se entera de que han subido el precio del pan: ni frío ni calor. A estas alturas, cualquier parte en el que no salgo como finado, me parece aceptable. Pero la vida, que nunca quiere que te relajes, me tenía preparada una de esas sorpresas de saldo: una hernia de hiato . “Perfecto”, pensé, “justo lo que le faltaba a mi colección.” Eso y una estampita de San Reflujo, patrón de los que desayunan de pie mirando la vida pasar. Le pregunté a la tostadora, porque aquí el consejo médico ya me aburre: —Oye, ¿tú sabes lo que es una hernia de hiato? La tostadora, fiel a su papel de gurú doméstico, ni se inmutó. Solo encendió la luz y soltó la tostada con ese crujido que en mi casa equivale a un “te lo dije”. —Yo sólo me preocupo de no quemar el pan —pareció decir—. Vos...

El noble arte de escribir para nadie.

  Supongo que escribir es la versión moderna de hablarle a las paredes,  pero con menos feedback.  Hoy me he sentado, como tantas otras veces, a poner negro sobre blanco esa sensación de estar a la deriva.  Y la tostadora, que lo ha visto todo ya, ni se inmuta.  No sabe leer, pero tampoco juzga.  En eso, gana a la mayoría.  Escribimos para nadie,  para un público imaginario que nunca llega,  para lectores que se extraviaron antes de encontrar el blog,  o que simplemente pasaron de largo, como quien ignora una encuesta en la calle.  Da igual el formato:  blog, diario, novela, servilleta, WhatsApp a uno mismo.  La soledad del escritor no es la de quien está solo,  sino la de quien, aun rodeado de gente, sabe que nadie está escuchando de verdad.  Así que le das al teclado por pura costumbre,  o por no hablarte solo en voz alta,  que eso ya empieza a ser sospechoso.  El mundo está demasiado ocupado par...

El día que el meteorito no llegó

  Hoy, mientras esperaba que saltara la tostada, he sentido esa extraña inquietud de los lunes disfrazados de martes: el rumor sordo del apocalipsis, pero con sabor a pan de molde barato. Hay quien teme al meteorito; yo, en realidad, temo más a quedarme sin café. —Oye, tostadora, ¿a ti te asusta el meteorito, ese que nunca llega pero que todos citan como si fuera el cuñado que promete pasarse por Navidad? La tostadora, impasible, ha hecho lo que sabe hacer: calentar el pan y mantenerse en silencio. Un silencio eléctrico, como el de la gente decente cuando no tiene nada bueno que decir. Hasta que, con un “clac” casi existencial, ha soltado la tostada, demasiado crujiente para mi gusto, como suele pasar cuando me pongo filosófico. —Los meteoritos son para los humanos —ha dicho, o eso me ha parecido oír entre el humo—. Yo aquí solo me preocupo de no fundir los plomos y de que no me cambien por una freidora de aire. Vuestro apocalipsis me da igual: yo vivo a saltos, un poco como tú....

El sentido del crujiente

Esta mañana, mientras esperaba que mi tostada saliera con ese punto perfecto de dorado, he decidido preguntar a mi tostadora por el sentido de la vida. No sé, igual la máquina tiene acceso a respuestas que a mí se me escapan entre sueño y sueño. —Oye, tostadora, ¿tú crees que todo esto tiene algún sentido? —le he susurrado, mientras miraba la ranura como quien mira a los ojos de un oráculo eléctrico. Se ha encendido la lucecita naranja. Primera señal de sabiduría. —Eso depende —me ha respondido con su habitual tono bip-bip filosófico—. ¿Hablas de la vida en general, o del pan de molde? Buena pregunta. Yo también dudaría. —Pues de la vida, de la existencia, de si todo esto es solo esperar a que salte la tostada o hay algo más allá, como una mantequilla trascendente. La tostadora ha soltado un crujido. Igual se ha reído, nunca lo sabré. —Mira, humano, la clave está en el punto de crujiente. Si te pasas, te quemas. Si te quedas corto, te sabe a poco. Y, sin embargo, nadie agradece ...