Hoy la tostadora amaneció con el cable cruzado
El mismo pan de siempre, el mismo tiempo de tueste, la misma rutina. Pero algo falló. No solo me escupió el pan a la cara, sino que además lo devolvió pasado por el mismísimo infierno: negro, crujiente hasta lo amargo. Yo me quedé quieto, desconcertado, como quien recibe una respuesta inesperada de alguien con quien ya no contaba para las sorpresas. Me pregunté qué había pasado. Si había dicho algo inadecuado. O peor aún: si no fue lo que dije, sino lo que no dije. Y entendí, al final, que todos tenemos días malos. Incluso las tostadoras. Así que, antes de dejar que el ego demoníaco me empujara a responder con la misma moneda —a devolver la tostada con saña y lanzarle reproches—, tomé aire. Lo mantuve todo lo que pude. Y al soltarlo, exhalé también el veneno que corría por mis venas. Solo entonces me incliné hacia ella, con voz serena, y le pregunté: — ¿Estás bien? La tostadora no me contestó. Pero por esas ranuras notaba puñales hacia mi ser, una tensión caliente que me des...